lunes, 28 de enero de 2008

De sombras (sussudio #6)


Hoy salí de casa muy temprano y lo primero que miré fue al niño que pateaba sombras. No me sorprendió gran cosa porque en estos tiempos convivimos con lo inusual.
Fui a preguntarle cómo hacía eso; sólo rió y echó a correr. Me pareció de muy mal gusto que actuara así porque si bien es cierto que un menor no debe hablar con extraños, yo me considero un adulto serio y confiable. Decidí seguirlo. Corrimos dos o tres calles hasta que le alcancé. Se me hacía conocido, hijo de alguna vecina; su rostro me era familiar.
Pregunté nuevamente cómo hacía para patear sombras y otra vez rió. Se puso serio cuando me observó a punto de la molestia. Me indicó con un gesto que lo siguiera. Regresamos al mismo punto donde lo encontré. Pateó un par de sombras más y me preguntó si le reconocía. Respondí afirmativamente, pero no supe decirle de dónde o de cuándo. Entonces dijo que sería bueno que fuéramos a mi casa. Así lo hicimos.
Abrí la puerta y ahí estaba yo tirado en el piso, pegado a una maloliente y enorme costra seca. Miré hacia atrás en busca del niño pero se escabulló tras una sombra azul. Semi aturdido vi que sobre la mesa estaba una nota.
La tomé y leí lo siguiente:
No se culpe a nadie de mi muerte.
Mi hígado está a punto de estallar.
Adelanto lo inevitable.

A un lado de la nota estaba la navaja Victorinox. Entonces recordé que la noche anterior la había usado para cortar mis venas. Suspiré hondo y salí corriendo...
No sé cuánto tiempo vagué, pero en mi desconcierto comencé a patear sombras. Quise regresar a mi casa y olvidé donde vivía.
Crucé la calle y las vitrinas de esa tienda me devolvieron la sonrisa de mis ocho años. Me asusté, pero entonces algo cruzó a mi lado; olvidé mi reflejo. Cuando se es niño sólo basta con patear sombras. JLV

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