jueves, 31 de enero de 2008

Oreja de luz


Subía por la pendiente de un estremecimiento que goteaba de savia y mis músculos gustosamente derramaban su olor entre mis venas.
Al pie del risco más empinado la tristeza lloraba por su hermana. La soledad viaja de extremo a extremo, me dijo, y cada vez que el grito le persigue se prende fuego en mi presencia.
Le di un fuerte abrazo y me alejé.
Desde la cumbre vi las penas del viento y la molestia de las aves cuando las nubes se niegan a jugar con ellas. Maté dos tiros de un pájaro para mantener a raya a mi conciencia.
Buscaba algo, estoy seguro, porque recuerdo que mi casa lloraba cuando la puerta se desmayó detrás de mí.
Caminé con ojos de ciego por negros inviernos. Padecí todas las enfermedades del mundo. Mis labios se iban y venían en frágiles trapecios y mis cabellos se fundían para fortalecer la cuerda que ahorcaba a la noche.
Borraba con la lengua mis propósitos para los años nuevos y una angustia se prendía de mi cuello para evitar que mis hombros sospecharan de la existencia.
Por fin llegué a la parte más fría del ecuador. Sombras discontinuas reptaban por el borde de la ausencia. Los opuestos respiraban su aroma y justo en el suelo encontré una oreja de luz. Estaba intacta. Era una flor con gusanillos de oro. Sin pensarlo dos veces extraje mi corazón. Vacié mi sangre y la bebí dos veces. Y así fue que coloqué la oreja justo en mitad del cráneo desolado de mi pecho y empezó a palpitar una de las canciones más bellas de la noche y entonces desperté mecido en la saliva de tus párpados. JLV

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