Ella bajó del camión y corrió hacia él. Materialmente se arrojó a sus brazos y el joven la recibió como náufrago a madero. Despedían tanto fuego por los ojos que varios paseantes quedaron calcinados bajo su mirada. Sus risas opacaban el murmullo del viento y se rompían en mil fragmentos que germinaban en las grietas.
A medida que caminaban todo lo demás se detenía, yo no porque iba observándoles desde el camión, pero lo que dejaban a su paso se petrificaba de pronto.
Ella abría la boca desmesuradamente, necesitaba respirar más porque la felicidad no le cabía en el pecho.
Él caminaba muy seguro y pisó tan fuerte que la tierra se partió en dos y fueron a dar al fondo de una inmensa grieta.

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