jueves, 25 de octubre de 2007

El vagón de los sueños rotos


Una joven mira por la ventana. Su reflejo parece advertirle de algo, pero ella sólo ve los muros que se persiguen interminablemente. El sujeto se aproxima, con celular en mano. Avanza por el pasillo metálico; un brazo lo sostiene de una rama de fierro. Es el simio blanco que va de liana en liana a cumplir su nefasta misión.

Sudacas vemos, corazones no sabemos
La observa, analiza; tantea las posibilidades y cuando se percata de que tiene el control de la situación golpea a la muchacha.
Le propina un mandarriazo en la cabeza; se acerca, vomita en su oído una minúscula porción de la rabia que emponzoña su alma. "Zorra”, le dice. “Inmigrante de mierda”, le espeta.
Luego, le pellizca una chichi, y enseguida el espíritu de Chuck Norris se apodera de su pierna y asesta una brutal patada. Y todos los hinchas del mundo corean la fascinante acción. ¡Qué patada, qué bárbaro, es un predestinado!
¿Y el resto de la gente del vagón?, setas bajo la lluvia. Tacones lejanos.
Nadie mete la mano por nadie. Ni el argentino ni el tunecino. Que sea lo que Dios quiera. Algún pecadillo debe tener la paleta paletona. A quién se le ocurre. Mira que venir de las Américas a hacer patria, joder…
La forma es fondo. La furia es fauna. La fiebre es feria. El héroe de la excrecencia se pavonea como un Travolta venido a menos. El amo del vagón del metro de Barcelona sacia su pequeño poder racista.
Y la bendita cámara del maldito vagón del servicio público de transporte suburbano captura ese rostro triunfante. El gesto torpe, la rabia anidada; la estupidez de quien se cree dueño de sus tres minutos de infamia. Va mi pata en prenda. Los belfos dejan caer su baba. Un rebaño de mojones se hunden en sus asientos para que los vecinos no les reconozcan después y la emprendan a insultos en su contra.
Silencio.
Que alguien desfibrile estos corazones de piedra...

Infancia es destino
Y ahora resulta que el pobre de Sergi Xavier es un animal diurno porque el mundo lo hizo así. Su madre lo abandonó y su padre era un borracho. La abuela que cuidó de él era especialista en asustarlo por las noches.
Sesudos psiquiatras mononeuronales afirman que más que tundir a la sudamericana ésa, el pobre Sergi intentaba golpearse a sí mismo.
Es que ha sufrido tanto, tanto...
Parece que contemplan donarlo a una casa de huérfanos para que sus heridas sean sanadas y puedan transformarlo en un hombre de bien.
Claro, no sin que antes participe en la siguiente versión del Gran Hermano, sea entrevistado en los principales noticieros televisivos y aparezca desnudo en la portada de alguna de las revistas del corazón más vendidas en el primer mundo.
Sergi Xavier, perdónanos. No sabíamos que tu infancia hubiera sido tan penosa. Ahora comprendemos por qué te movías tanto, sólo querías llamar nuestra atención. Pobre niño blanco...

¡Oh , xenofobia!, cuántos crímenes se cometen en tu sacro nombre
El rumiante se mira hacia adentro. El color de la piel es un bolo alimenticio que se mastica una y otra vez para que circule libremente de un estómago a otro.
El sujeto dice que no recuerda. No es necesario. Su cuerpo supo expresarse mejor que él. La kinestesia del odio es una silueta que desgarra en los muros a las sombras que no forman parte de la tribu.
Y claro, a la memoria llegan, con puntualidad de inquisidores, una serie de cosas y de cazos. Ahí vienen. Mírelos llegar: la quema de Borbones, los silencios cargados de viruela de los fascinerosos que se amotinan en contra del genovés. Caín y su semilla. Los alquimistas negros y su atenor de miasmas. Los encomenderos y el látigo. Los criollos y el buen mestizaje. La palabra de Dios. El amor al prójimo. El buen vecino. El garrote vil. La política de buena vecindad. El euro y el chocolate. El celular y el móvil. El muro y la tortilla. La computadora y el ordenata. Irak y Aznar. Los sudacas. Los Eto’os. Los simios saltimbanquis…
Los golpes se quitan. El tiempo borrará las cicatrices y la inflamación cederá, tomará su forma original. Lo único que no se diluye tan fácilmente es la xenofobia. Ese veneno que circula pastosamente entre las venas infestadas de heces fecales.

Inmigrante no hay futuro, se hace pasado al llorar
Por favor, que alguien se acomida. Expriman el pañuelo desechable que está anegado en llanto. Por favor, háganse a un lado. Déjenla respirar...
Una buena conciencia decidió distorsionar el rostro de la chica agredida. Bendita solución; el agravio ha quedado medianamente resuelto. Nadie la podrá señalar y menos podrá decir: Mira, ahí va la ecuatoriana que fue golpeada por nuestro súcubo vengador.
Cubran sus lágrimas con pixeles. Sólo se muestre el cuerpo joven de fruta succionable. Que sigan los tratados de buena voluntad y de intercambios laborales. Que la esposa del príncipe asome a la ventana y que el Día de la Raza recobre su verdadero significado.
No es la Bestia, sólo es el hombre mono en busca de su Chita. En el nombre sea de Dios.
Venga, que llegue la carta de protesta de las más altas esferas ecuatorianas. Que sirvan el ajenjo para sofocar los malos entendidos. Al rapazuelo aquel que le den un tirón de orejas y que Almodóvar lo adopte entre sus chicas. Que le den un par de maravedíes a la muchachilla esa, ¿alguien sabe cómo se llama? Que la conviertan en extra comunitaria o que un mártir de Alcorcón pida su mano para callar al mundo.

Por favor, son cosas de muchachos
Y sin embargo se mueve. Recordad: alguien saldrá ganando… JLV

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