Madame Latubisse estaba harta de todos, y de todo. Cansada de arropar órganos entre sus piernas, decidió que el momento de partir había llegado. Desabotonó su blusa, la arrojó a un costado del lecho circular y se recostó; cerró los ojos y esbozó una inusual sonrisa: sus senos blancos y diminutos agredieron al aire con dulzura.
Trató de relajarse mientras su amigo llegaba. Había adiestrado muy bien a esa ave; le enseñó que no debía sacar ojos... los corazones saciaban mejor el hambre.
El cuervo llegó, los helechos apenas dejaban ver una porción de su ojo enorme.
viernes, 24 de abril de 2009
De aves
Lo subió
JLV
a las
8:55
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Un rojo y palpitante corazón siempre es mejor que un gelatinoso ojo. Eso seguro.
Saludos
Hola D:
Totalmente de acuerdo. Y sabe tan sabroso.
Salutes.
Siempre me ha gustado decir que los amantes son como los cuervos, por esto me gusto mucho lo que escribiste, muy sugerente.
Publicar un comentario