lunes, 9 de marzo de 2009

Autobiografía de un arrimado


Roncaba Dios el día que nací. Sin nadie para consolar, lancé a gatear mi llanto por el mundo. Mi padre, creo, fue un títere de pulmones alegres que me desheredó antes de la merienda. Mi madre, la muy anárquica, iba de casa en casa despepitando nubes cada cinco minutos.
Podría sofreírme y decir: Pobrecito de mí, cuánto he sufrido. Pero no, para qué. Mejor sigo cortándome las horas, haciendo gárgaras con la baba de mi lento avanzar.
Con el ojo izquierdo olvido mi pasado. Con el derecho recuerdo los días de tuertos, las vacaciones de sábana santa y las púberes zarigüeyas que nos lamían del polvo al barro.
Un día extirparé la espinilla que se infla sobre mis entelequias, luego la plantaré para que surja un árbol de centollas; será mi herencia para la sierra madre oriental y sus hijas, las huellas genitales.
No pretendo hablar más, sólo soy un invierno débil y patizambo. No quiero que me recuerden... me hundo en este par de paréntesis que cuelgan de mis orejas. JLV

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay que tener una fuerza de voluntad muy grande para reconocer que no se quiere ser recordado.

Saludos

JP dijo...

-- master vasconcelos, pobre invierno, yo si lo recuerdo, paso sobre nuestros dias como lo que siempre fue: un desheredado del desayuno, que descanse en sus parentesis

JLV dijo...

Hola D:
Pues sí, de cualquier modo todos caminamos hacia esa luz y luego ¡zas! ni quién se acuerde.
Saludos y gracias.

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Master JP:
Iba muy crudo ese invierno.
Salutes.