lunes, 22 de septiembre de 2008

Un alto en el camino


Los demás, los de su generación, probablemente estuvieran un poco menos calvos, más robustos que él, muy pocos con alguna especialidad rimbombante, muchos con pequeños comercios, contados quienes estuvieran ostentando un puesto de gran responsabilidad; la mayoría, resentidos, resquebrajados, juntando por las tardes recuerdos que harían trastabillar al más realista, sollozando afuera del porche de sus casas.
Así, pensando en esas cosas, imaginaba a la mujer que sostendría su mano en el último momento, pero sólo veía una mano blanca, no más. Trataba de reproducir forzadamente el rostro del doctor que le diría que su final sería como el de todos los tuberculosos, pero no puede; podría tratarse de alguno de sus antiguos condiscípulos.
Ha caminado tanto que no basta a su mente conocer los últimos pensamientos que jamás se ejecutarán minuciosamente, por muy fuera de lugar que eso parezca.
Así las cosas, el caminante observa la construcción, una mancha en la lejanía; el agrimensor suspira hondo y avanza inexorablemente hacia el Castillo. JLV

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que a K le gustaría lo que has hecho con su cuento. Pero es sólo una opinión.

Saludos

JLV dijo...

Hola
Ojalá así fuera, amigo Dragón. Se hizo el intento.
Saludos.