sábado, 12 de julio de 2008

De plumas, polvo y nubes


Desvencijado y a punto de morir, el viejo temblaba como hojarasca. Sus ojos pedían más luz. Su boca entreabierta barbotaba frases incoloras, mal atadas y hediondas.

Mucho alboroto detrás de la puerta y aleteos en los corredores. Las hojas doradas contenían con dificultad llantos como gemidos y risillas sollozantes. Por debajo se filtraban sombras que negaban fidelidad a sus cuerpos.

Un revoloteo constante azuzaba el momento. Como si de pronto un tornado de aves fuera a meterse a la recámara y llenar todo de plumas, polvo y nubes.

El viejo pidió, como favor final, observar por última vez lo que pronto abandonaría y que tan poco trabajo le costó edificar (en sólo siete días). Una mujer achacosa y otra adolescente trataron de levantarlo. Con cierta dificultad consiguieron llevarle hacia el balcón.
Desde ahí pudo ver el paisaje azul. Las nubes reconcentradas en hacerse y deshacerse. Las cansadas tonadas del viento. Un pájaro metálico silbó desganadamente.
La historia pendía de su boca como un hilo de baba...

Cerró los ojos y sintió claramente que eso era lo último que haría antes de alejarse para siempre. Indicó, con ademán de mendigo, volver al lecho. Las mujeres obedecieron sin chistar, sobre todo la más joven que, a pesar del penoso momento, con su letal movimiento de caderas aligeraba el penar del moribundo que fijaba su empañada pupila en el ir y venir de la túnica bajo los glúteos.

El carcamán, con rabia entre las cejas, gesticuló horriblemente y con la mirada señaló hacia la puerta.

--Quiere que entren, murmuró la vieja.

--Yo abro, respondió la caderona. Así lo hizo. Y giró lentamente el picaporte, mientras la decrépita hacía gestos de repulsa.

--Dice Dios que pueden pasar a despedirse de Él, exclamó, mientras cientos de ángeles, arcángeles y querubines llenaron su rostro de plumitas.

Una oleada de murmullos invadió el recinto y un suspiro ensordecedor acorraló al anteriormente Todopoderoso.

--No me despido, sentenció envolviéndolos con su aliento denso y verduzco. No permitan que los de abajo se apoderen de nuestros territorios. El infierno no es un mal necesario...
Ya no dijo más, entendió que estaba por de más.


Nadie hizo caso: Sólo querían ver cómo se extinguía. Los ángeles, uno a uno, abandonaron paulatinamente la recámara, con sus rostros iluminados por una extraña alegría. Estaban hartos de obedecer y de ser buenos, de acuerdo con sus planes era el momento de ir tras la anciana que --tras haber alcoholizado a San Pedro se quedó con sus llaves-- se encaminaba hacia la puerta principal para dejar libre el paso al placer y sus huestes. Abanicaron hacia el futuro y soltaron una risotada de promisoria plenitud.

Por su parte, la joven fue hacia la ventana, se encaramó como pudo y dejó que su larga cabellera se extendiera hacia abajo como una sierpe interminable, para que los diablillos pudieran escalar sin problemas.

Un soplo surgido desde lo más recóndito sacudió el cuerpo acartonado del viejo Dios y sus ojos cayeron al suelo como un par de dados mal tirados...

Un tufillo azufroso comenzó a invadir el recinto del antiguo Supremo. Fragmentos de seca piel se mecían en el aire como hojas de viejos pergaminos.


La caderona lanzó un suspiro de resignación, sonrió y se acercó a la puerta para ver cómo los ángeles y los demonios se fundían en un abrazo que de fraternal tenía muy poco. JLV

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante visión del tema, ya estaba cansado de la versión de los filosófos, es tiempo que la literatura se ocupe de ello. Felicitaciones por dar el primer paso con semejante cuento.

Quedas invitado a visitar mi blog.

JLV dijo...

Gracias por ler, Dragón.
Ya visité tu blog y me latieron tus textos.Ya te dejaré mis comentarios.
Saludos.