Las Dadivosas, mujeres de Fe, partieron a islas de infieles. Se armaron de templanza y con lo mejor de sí para propagar sus creencias entre salvajes. Las viejas deidades y la lujuria triunfaron sobre sus enseñanzas.
Un día los isleños quemaron pertenencias e imágenes, ellas fueron a dar al serrallo del líder. Mártires, soportaron el rigor.
Pasó el tiempo y las Dadivosas, aquellas que lograron sobrevivir, lloraron de alegría la noche en que los piratas crucificaron a sus verdugos. Desde entonces son la alegría de la Isla Tortuga y, enfebrecidas, lamen heridas de sal en cuerpos de saqueadores.
El mar es testigo. JLV
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