sábado, 1 de diciembre de 2007

Instrucciones para enseñar a volar a las gallinas


Levántese muy temprano. Tome un refrescante baño y utilice las ropas más cómodas que posea. Después desayune copiosamente porque le espera una larga jornada.

Diríjase al corral. Tome dos gallinas: una flaca y otra gorda. Lo más seguro es que su instinto gallináceo les advierta de un probable peligro, por lo tanto no dude en tomarlas de tal forma que les impida realizar incómodos aleteos.

Ahora sí, emprenda la caminata hacia el pequeño monte verdinegro que se encuentra frente a su morada. Durante el trayecto silbe una melodía tranquilizadora. Si percibe fatiga, consulte a su médico, tal vez sea el momento de olvidar este tipo de actividades.

Mientras camina puede distraerse observando el brillo del plumaje café de una, y el negro de la otra. Aunque las transporte perfectamente apretadas contra sus costados, tome un segundo para sentir esa delicada sensación de las plumillas resbalando sobre su ajada chamarra de pescador que adquirió en una venta de garage.

Y bueno, siga caminando, no afloje el paso. No falta mucho. Ya casi llegamos.

Por cierto, si tiene usted una jaula metálica de medianas proporciones y un medio de transporte podrá evitarse esta caminata, si es que eso llegara a importunarle. Ya se hay en el mercado aditamentos que pueden empotrarse en una bicicleta o en el toldo de su auto.

Ya llegó usted a la cima.

Qué le parece. Hermoso panorama, ¿no es cierto? Mire que pequeño es el mundo. Aspire profundamente. Note como el saludable aire de la montaña inyecta vida a sus maltratados pulmones.

Observe los ojos inquietos de las gallinas. Ellas saben que algo nuevo aprenderán, porque sus pequeños corazones palpitan impulsando repetidamente el plumaje contra su palma sudorosa.

Llegó el momento. No se tiente el corazón. Tome a la más gorda, que por sus cacareos ya le tiene harto, y láncela al vacío. Obsérvela bien, mire como trata de aletear y de sostener su cuerpo rechoncho flotando en el aire, pero por lo visto está imposibilitada para esos menesteres. Lo más seguro es que, en su conciencia avícola, ansíe poseer las aptitudes del águila. Pero esos anhelos jamás los verá cumplidos. Dios no cumple antojos.

No se desmoralice. Aún tiene a la gallina negra. Repita la operación.

Por lo visto los resultados son similares. Bien, hoy ha aprendido algo. Las gallinas no pueden volar. No haga caso de mis indicaciones. Mejor retorne a su pequeña granja y olvide este incidente.

Levante esa pluma negra que ha quedado junto a sus pies. Le podría servir como separador de hojas o como aditamento para rascarse la oreja cuando las cosas que desea no salen de acuerdo a lo planeado.

Ahora, si gusta, le puedo ofrecer una guía simple para que sus vacas puedan salir airosas en carreras de velocidad contra galgos. Uno nunca sabe qué puede ocurrir. JLV

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