jueves, 8 de noviembre de 2007

Vejez, irreversible


Por fin, lo que muchos presentíamos se da a conocer de una forma simple y directa: la vejez no se previene con pastillas y, mucho menos, con ungüentos ni enemas.
No hay cápsula entérica que preserve la piel suave y elástica. Menos un suplemento alimenticio que rejuvenezca las células que están a punto de balbucear las últimas palabras. No hay supositorios (ni suposiciones) milagrosos que se injerten, sin ánimos de lucro --por salva sea la parte-- para pedir al tiempo que vuelva.
Entonces, me pregunto: ¿por qué desde tiempos inmemoriales las personas han buscado la fuente de la eterna juventud?
¿Las aguas que prolongaban la adolescencia fueron una tomadura de pelo?
¿Dorian Gray fue sólo la invención de una noche de verano?
¿Y entonces, fue una herradura lo del Judío Errante?
¿Melmoth el errabundo fue producto de una mente errática?
¿Entonces aquello de que la vitamina D contiene sustancias realmente antioxidantes que pondrían un hasta aquí a lo inexorable, fue sólo un chiste de mal gusto?
¿Los médicos aún no cursan la materia de Forever young y Panacea I?
¿Será que por un puñado de euros las actrices más atractivas de la telera son capaces de mentir con desfachatez de político y engañar hasta la suciedad?
Tuvo que ser un especialista en fisiología molecular el vocero de lo inminente:
Lo que la vejez quiso decir es que minuto pasado ni Dios lo quita…Y ¡zas!, palabras más, palabras menos, dejó caer la verdad ancestral como meteorito sobre pastizal peruano.
El más allá dejó escuchar su vozarrón.
Sin embargo, la esperanza --lo único que nos vuelve más indefensos que los animales—deja escuchar su murmullo sibilino: “No lo creas, seguro es un rumor de aquellos que no desean que vuelvas a ser joven y fuerte, y recuperes, más antes que después, el tiempo perdido”.
Peino mi calva con entusiasmo, aspiro hondo y acomodo mi dentadura postiza.
Reculemos.
Recuerdo perfectamente que mi abuela Zenaida, aun en su lecho de muerte, pidió con urgencia que le embarraran lo que quedaba de aquel ungüento marrón –para llevarlo a su fosa-- que, según ella, le obsequiara la bisabuela de no sé quién y que, a su entender, poseía poderes infinitesimales y categóricos para mantener, aun en la mortandad más mortífera, la piel de una doceañera.
Otra falacia.
Además descubro que mi abuela mintió hasta el fin de sus días.
En fin, ahora sabemos, según el dictamen irrefutable de un genetista, que la vejez no recrea y sí destruye.
Y, por si fuera poco, la eminencia aconseja que para evitar que nos transformemos en unas gárgolas quebradizas, lo mejor es comer sanamente y realizar bastante ejercicio.
Habráse visto mayor desfachatez
Ahora resulta que los excesos ya no son la vereda ideal para acceder a la iluminación. Vaya cosa, la fibra de trigo, las agobiantes caminatas, la malteada de semillas de ajolote y las abdominales inmisericordes son el precio que debemos pagar para evitar vernos menos viejos ante los damiselos ojos juveniles.
Comer menos alarga la vida. Matarse de hambre es bueno para retardar el envejecimiento. ¡Oh, Dios!
De qué se trata todo esto. Alguien, algún cerebro del mal, decidió darnos en donde más nos duele para volver de asfalto los últimos momentos que nos quedan de oxígeno.
En tanto, miles de mujeres, con alto poder adquisitivo, seguirán tasajéandose la cara, restirando la piel a más no poder, hasta quedar convertidas en una máscara irremediablemente tensa, brillante e inexpresiva, como de prisionero de Azkabán.
Las chicas que, además no piensan ahora en la ancianidad, continuarán colocándose medusas de moco de King Kong dentro de sus pechos para agrandarlos o empequeñecerlos, obedeciendo la última flatulencia de la moda.
Tal vez por eso, en Irán, adquirieron 3 mil máquinas centrifugadoras para procesar uranio del mero bueno y luego fabricarán armas mortíferas que terminarán de una vez por todas con Bush, Musharraf, Chávez y el acorazado Big Burger.
Tal vez por eso el joven perpetrador de la masacre de Finlandia aborrecía lo humanamente humano y se derrumbó cuando vio que sobre su piel adolescente brotaba una 'espinilla' capitalista, irreverente y anacrónicamente inhumana.
Tal vez alguien llegue a salvarnos de la achacosidad irremediable y de la naturaleza que, con el paso de los años, se ha vuelto más negativa y verdaderamente cruel.
Al Gore tiene razón: el cambio climático es el enemigo a vencer.

A la vejez, viruelas. Al tiempo, Cronos, al tiempo… JLV

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