lunes, 15 de octubre de 2007

El globo


Faltan pocos minutos para volver al trabajo. Apresuro el paso, quiero llegar puntual. Cubro las escalinatas que me llevan a la plaza de cantera que se encuentra protegida por tres iglesias y un cerro...

Alzo la vista, un gran corazón flota en medio del pecho azul con pocas nubes. Es un péndulo de tela. Lo veo moverse lento, primero; después bambolearse como un ebrio. De la canastilla del puño multicolor un tipo brota como higo maduro que se resiste a caer. Se toma ansioso del borde de la canastilla. El aire hace lo suyo; el globo se deja mecer y se eleva un poco más. De lejos, parece que su camisa blanca con vivos rojos se aferrara a la vida. Con grandes esfuerzos logra introducirse de nuevo a su frágil nido.

El globo empieza a vaciarse de aire. Es un guiñapo que un ogro invisible lanzó hacia arriba. Un arco iris en picada.
Todos vemos el flácido seno en su desplome. El sonido seco que hace al chocar contra el suelo resuena directo en nuestro corazón. Siento una angustia porque dentro de esa canastilla van tres hombres, porque presencié su tragedia. Corro porque algo me llama: la curiosidad, el interés por ayudar o el morbo, no sé.

Mientras avanzo me veo en el borde del segundo piso de la escuela primaria. Ahí, el prado a mis pies; cierro los ojos y me lanzo al vacío. En la caída siento la caricia del viento; la emoción del vértigo. Abro los ojos y miles de bracitos verdes se alzan hacia mí para recibirme.
Soy un pájaro malherido, una flecha que se clavará en el corazón de la tierra. Siento un golpe en el cráneo. Mi cabeza se impacta, mi cuello se dobla y un dolor se prende de él. Doy vuelta sobre mi cuerpo y éste se acomoda sobre mi tobillo roto. No escucho nada.
Abro los ojos y veo a mis compañeros. Veo dientes asomar temerosos entre sus labios. Las miradas cómplices, los árboles inclinados sobre ellos para ver qué pasó...

Mis ojos en la sombra que ya está a un paso de la canastilla. Ahí yace el nido desplomado; mimbre tejido con pericia y borde de terciopelo café. En su interior, tres polluelos asustados tratan de acomodar sus ideas: en cada mirada diferentes recuerdos tratan de incorporarse para huir.

Coincidimos en esta tarde azul, de vientos cruzados, pero vemos en la carrera de las nubes cómo pasa lo que realmente importa. Nuestras córneas se abrazan a la nada. Sé que nunca olvidaré esta tarde porque la vida siempre usará un telón: el de hoy fue azul. JLV

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