viernes, 10 de agosto de 2007

Tolán


Las cosas en Tolán no marchan bien. La sequía es letal. Miles de animales mueren en los campos resecos. No hay aire suficiente para apaciguar calores. Las noches son vigilias ardientes y ya no hay sueños húmedos. Los hombres queman sus mejores ideas para encontrar la solución. Las mujeres refrescan a sus hijos con orina. Ni las oraciones se escuchan en las calles.

Los negocios sucumben. Ningún comercio tiene bebidas embotelladas. Alguien atrapó al sol y lo lanzó contra los muros.
Los líderes tolanos piden ayuda externa porque ya no hay líquido vital. Los países del mundo niegan su apoyo porque los conflictos en Medio Oriente y Myanmar reclaman su atención y las ONG están atadas de manos.

La ciudad muere, su sombra también; las urbes vecinas cierran sus fronteras. Consideran que recibir a mis paisanos les haría acreedores a sanciones económicas por parte de los amos del mundo.

Los medios de comunicación nos muestran la agonía de ese país sumido en el plexo solar del Ecuador. El terror nos invade cuando los tolanos anuncian un suicido masivo. Uno a uno los vemos salir de sus escondrijos y caer sobre las calles ardientes, se retuercen y en segundos mueren calcinados.

El mundo derrama lágrimas por las madres, niños y perros. El llanto es incontenible y forma caudales que van inundando los cauces de la tierra.
Ahora, quienes no hicieron nada para ayudar miran con los ojos marchitos, avergonzados, como del centro de esa nueva laguna salada emerge como mujer encinta la cúpula de la catedral de Tolán. JLV

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