lunes, 13 de agosto de 2007

Rataplán


Tuvimos tiempo suficiente para cerrar nuestras orejas a la dulzura y suavidad de la dulce ordenanza. El mundo es testigo que nuestra voluntad jamás fue débil, porque el instinto, tan gris y elemental como las nubes, marcaba nuestro sino.

Primero uno de nosotros oteaba la comarca que atacaríamos. Si las condiciones eran propicias regresaba con el resto de nuestras huestes para informar a detalle. Así que en situaciones halagüeñas éramos capaces de arrasar y roer todo aquello que despidiera un tufillo de jugoso botín.

Una cosa es muy cierta: acatamos la melodiosa sentencia como las vacas soportan la ordeña del granjero.

Ahora que estoy a punto de arrojarme al vacío observo a mis congéneres. Chillan como mujeres pero, en el fondo, sé que caen sin temor hacia el mundo sin penas que nos prometen las notas del flautista de Hamelin. JLV

No hay comentarios: