viernes, 3 de agosto de 2007

Pequeño tratado de un qué pex


Más que el vino tinto suave prefiero un ron cubano turbio en cazuela de barro de Acatempam. Reclinado sobre tu nuca, ambos sobre la cazuela: tus cabellos, tu aroma, el ron... y con el ron tus secreciones de ángel.

Pisoteo el altar, el túmulo sembrado de alcatraces. Amontono cristales de todos los tipos y colores. Formo del vidrio un tálamo en memoria de las vitrinas rotas. Ahí te recuesto: frágil, silente, de memoriosa baba.

Tomo el puñal y rebano la luna. Selene se derrama sobre nuestra de vidrio incandescente Tigris y una sábana nos hierve los deseos. Y no apartes, dulce lengua, mi lengua de tus dientes, mis dientes de tu lengua así nos mendiguen los cantos gregorianos del reflejo escanciado del Coloso de Rodas; sea el ron tu aliento, mi cuerpo el hielo triturado.

Olvida que las llagas son cadenas de amor, el agua hilvanada con ron, da apertura a los poros y perfuma las carnes. El agua es agua porque de transparente que es oculta vida. El ron es ron porque si no cómo se expresaría la caña con su aliento rugoso. Convierte tus manos en mis dedos, las venas de mis pies en senderos de bosques que se arrasan y al arrasarse merman: son franela, pizca, simiente, cal y sufres: mi sangre será agua, ron tu cuerpo.

Olvida de los bares la sustancia, más viejos son los montes y aún les sulfura el alma. Draga la sed que ya sostengo sobre la línea recta de mi espada, eje, doncella, duros, ostiones, sofocantes, letrinas, contradanzas e hinca, si así te dice el alma, en mis ingles tus catedrales góticas. JLV

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