martes, 18 de agosto de 2009

La bella Papioka


Podríamos hablar de la bella Papioka, esa gorda cantarina que asoma al balcón cuando escucha los clamores del lechero. También sería interesante discutir acerca de la asfixiante situación económica. Cualquier tema, supongo, estaría muy ad hoc en esta noche sin estrellas.

No me mires así. Piensa que las cosas que principian llegan a su fin. No podemos perder más tiempo, así que iré al grano. Ya no deseo estar más contigo. No es nada personal. Simplemente considero que nuestra convivencia ha llegado al límite. Te molestan mis ronquidos, me desquicia tu verborrea crónica.

Sí, sé que dirás que me intereso en Papioka. No andas muy equivocada. Las mujeres rollizas de pechos generosos han sido mi debilidad desde mi más tierna infancia. Quisiera despejar esa duda. Papioka tiene un atractivo animal y me seduce. Lo nuestro es distinto.

Pero la cosa no va por ahí. Tengo que ser justo contigo. Hemos pasado años juntos. Me conociste pleno. Ahora soy diabético y mi visión empeora. Poseías una sonrisa hermosa hasta que tu dentadura fue víctima de la caries. No eras sorda y ya ves.

No estoy muy seguro del por qué nos alejamos. Nuestras idas al súper se hicieron menos divertidas. Ya no te agradaba que me robara un libro o dos. Tampoco era grato para mí ver cómo atropellabas a las vecinas con las bolsas del mercado.

Y sí. Me reprocharas que me volví más presuntuoso desde que la fortuna me favoreció y gané ese dinero que me ha permitido viajar por el interior del país. Acepto que mientras viajo y conozco lugares tú permaneces en casa. Piensa que lo hago por tu bien. Puedes sufrir mareos o bajas de la presión arterial. Sería criminal de mi parte llevarte por esos caminos de Dios y que, el día menos pensado, quedaras tiesa sobre la cama de un hotel.

En suma, quiero que nos separemos. Lo deseo y lo ansío. Sé muy bien que a una madre debe resultarle espantoso escuchar eso de un hijo, pero mi honestidad me impele a plantear las cosas de frente. Estoy a punto de cumplir medio siglo y debo hacer mi vida.

No seas egoísta. Mientras tanto bebamos este delicioso champurrado y recordemos juntos las penurias que vivimos junto a mi padre. Elevemos una oración por su alma. Es de humanos perdonar.
Por cierto, no dejes que los rencores aniden en tu alma. Muchas ancianas pasan los últimos días de su vida en un asilo. Cuando me veas entrar por esa puerta junto a Papioka serás feliz porque tu hijo es feliz. Piénsalo bien y deja de gimotear. Deja esos lloriqueos para aquellas madres que sólo han parido hijos ingratos. JLV

1 comentario:

Lourdes Araiza dijo...

Awwww, qué lindo.... si, a veces las madres somos egoístas y queremos pasar toda la vida al lado de nuestros hijos...