Las hebillas asoman en todos los rincones con ese desdém metálico que tienen. Hebras de res escurren de todos los cajones. Entre los desfiladeros de piel ofician orificios como frutos vacíos. El cinturón danza ante mí como una cobra. Oscila. Avanza, pica y retrocede. Repta sobre mis pies. Tal vez un día vuelva a su origen. Puede ser un milagro, pero hoy —sólo por hoy— dejaré que se enrosque en mi cuello. JLV
martes, 17 de febrero de 2009
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2 comentarios:
Siempre hay una primera vez, para todo lo que querramos intentar. Pero de algunas cosas no se vuelve...
Saludos
D:
Así es. Hay enroscamientos de los que jamás se vuelve.
Salutes.
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