viernes, 10 de octubre de 2008

Un día cualquiera




Los sábados salgo del trabajo a las tres en punto. Termino de comer antes de las cuatro y llevo a pasear a mi sombra. El patio de mi casa, como es particular, se llueve y se moja como los demás, por eso ayudo a mi esposa a lavar los domingos: son días que merecen estar limpios y brillantes.
Con los lunes pasa lo contrario; apenas merecen una barrida superficial. Para ser sincero, nos da igual si llegan o van. Son lastimeros, enfadosos y antipatrióticos; tanto así que ni siquiera las gallinas desovan.
Detestamos las primeras comuniones y bautizos. Las bodas se excluyen de los martes porque son días que evitan los marinos y podemos naufragar.
Cuando acabamos de endulzar las pulgas que se ocultan en el pelaje de los miércoles; nos sentamos junto al flamboyán, disfrutamos su conversación y acariciamos las sanguijuelas que abrevan de nuestros corazones.
Los jueves toman su lugar en las banquetas y se bañan al aire libre; mientras escurre el agua por su piel esperamos a que el martín pescador concluya sus meditaciones.
Normalmente las semanas son tranquilas, pero a veces ocurren cosas raras; una tarde, de hace dos meses, mi hija comentó:
—Papi, ¿es cierto que antes de conocer a mamá estuviste casado?
—Sí hija, quién te dijo.
—La señora que va ahí, hasta me regaló un ojo.
—¿La de la guadaña?
—Sí, ésa.
—No le hagas caso, es una vieja bromista; siempre va al más allá de las cosas. JLV

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena fábula, una forma didáctica de explicarles a los niños lo que es la muerte

Saludos

JLV dijo...

Hola D:

Pues sí, aunque algo innecesaria porque tarde o temprano la conocerán.
Saludos.

Anónimo dijo...

La conocerán, si. Pero es mejor que estén preparados desde temprano. Ya no nos quedan cuentos celtas, nos quedan nuestras propias ficciones para comprender el mundo y ayudar a que quienes no pueden verlo sepan que existen otras realidades.

Saludos