miércoles, 24 de septiembre de 2008

Los Guarapetas


Cuenta la antropóloga Nelly Robles que en una de las últimas charlas que sostuvo con el doctor Alfonso Caso —descubridor de Monte Albán—, sin saber cómo ni cuándo, escuchó por primera vez la palabra "guarapetas". Con el correr de los años y entre los espacios que le dejaban sus investigaciones se dio tiempo para ir recolectando datos de estos personajes.


Posteriormente entró en contacto con el estudioso Irineo Cerrito, ávido investigador de origen costarricense, quien le facilitó algunos materiales que hacían referencia a esta desaparecida comunidad indígena.


Yo conversé con ella en Yanhuitlán, en la reciente inauguración de la muestra de "Yucundaa: Tesoro de la Civilización Mixteca". Se veía animosa, radiante y con un dominio pleno de los hallazgos en torno a los señoríos de la zona y tantas otras cosas que la han convertido en una especialista de renombre.

Tras despedirnos de los Harp y algunos otros benefactores de la cultura, nos encaminamos hacia un discreto cafecillo para charlar acerca de diferentes temas; al poco rato salieron a relucir esos seres enigmáticos desaparecidos en años posteriores a la Conquista.


La estudiosa me explicó que los guarapetas, más que una bifurcación de las ramas mixteco-zapotecas, eran sus raíces. Segregados del tronco común por alguna extraña razón fueron —hasta donde se sabe— tolerados en su condición de cardumen itinerante.

Esta distinción les fue concedida porque ellos, y nadie más, descubrieron el delicioso manjar que tanto tiene que ver con el nombre de Oaxaca: los guajes, esos afrodisíacos milenarios. También se sabe que los chapulines tatemados sobre el comal representaron el epítome de su exótica cocina.


Tras arduas jornadas de investigaciones y recolección inconclusa de datos y murmullos, se deduce que, por una rara alteración de la glotis, generaban sonidos ásperos, agudos e intermitentes, mismos que provocaron la insoportable irritación y neurosis(1) que, sobre todo, en las noches de luna distorsionaba la habitual bonhomía de sus antiguos correligionarios.


Con dunas en la frente y orejas puntiagudas, hombres y mujeres vagaban en fila india en busca de flores silvestres, insectos raros o frutos a punto de la putrefacción que hallaban a la vera del camino porque su dieta cotidiana, con excepción de los chapulines, estaba distanciada del fuego.


En la época del solsticio se dedicaban a correr como ciervos por cerros y valles hasta quedar extenuados. Como parte integral de sus actividades, el líder de las filas guarapetas solía ser el más joven de la tribu(2).


Dadas sus particularidades, se determina que desde su habitual columna llevaban a la práctica una versión rústica de la conocidísima formación T —estrategia vital en el futbol americano, originario, por lo que se ve, de estas latitudes—, y como rebaño adiestrado se colocaban en posición de gatear y avanzaban enérgicamente comiendo los vegetales blandos que consideraban dignos de ser triturados por sus desportillados y amarillentos dientes.


En su constante ir y venir por los alrededores fueron conocidos por la civilización que construyó Monte Albán en su fase más alta de esplendor, llegando -según presumen algunos conocedores- a ser inmortalizados por los artistas de la época(3) en sendos bloques de cantera.


A medida que recorrían una y otra vez las veredas entre Xoxocotlán y Zaachila fueron encariñándose con la región y fundaron su asentamiento temporal a la altura de Atzompa. Aquí se volvieron gregarios, quisquillosos, tembeleques, sodomitas, esmirriados, traicioneros, pestilentes y amorosos.


Conforme se fueron asentando, así también sus costumbres se transformaron y Guarají, lúcido líder, ordenó que por cada diez años que cumpliera un guarapeta le sería amputado un dedo de la mano(4), siendo que al final de sus vidas un pariente apto para mutilar o el “mochadedos” oficial de la tribu (el único que permanecía con sus falanges, falanginas y falangetas intocables) cumplía con la tradición.


Un hecho fortuito los rescató del olvido. Según los últimos indicios hallados en el códice Schulemburg o 12 muñón zopilote, un guarapeta a punto de morir se arrodilló en el cauce del Atoyac para lavar su dolor y recuerdos.


Mientras dibujaba aves en el lodo, su muñón derecho tropezó con una especie de piedra oblonga y peluda que sonaba hueca, misma que resultó ser la cabeza de la Donají(5) con su lirio en la oreja. Jamás imaginaron que este hecho simple sería transmutado, con el correr del tiempo, en una leyenda de la cual, para variar, fueron excluídos.


Así se comprueba que en poemas, tratados, ensayos o representaciones se les elimina porque, al parecer, son los olvidados de la mano de Dios. Sin una raíz sólida que les atara a la tierra, con severos problemas para su manutención y muy amargados por el ninguneo de sus contemporáneos estos últimos mohicanos oaxaqueños se fueron desvaneciendo y los últimos de ellos fueron vistos —según consta en manuscritos guardados con celo por los descendientes de algunos testigos— cuando se lanzaban como alcaravanes desde la complicada y hermosísima techumbre de alcatraces que construyeron con sus propios muñones para el convento inconcluso de Cuilapam de Guerrero.

Otros, finalmente, creen a pie juntillas que todos los menesterosos minusválidos carentes de dedos descienden de estos míticos seres.

Hasta aquí lo que se sabe de ellos. Las investigaciones continúan...


NOTAS:

1) Existe la creencia que el código genético actual de los zapotecas tuvo una modificación al interior de su ADN desde hace unos 800 o 900 años. Se presume que el zapoteca actual es irritable por herencia y no por naturaleza, según Irineo Cerrito uno de los teóricos más importantes especialista en tribus oaxaqueñas extintas.


2) Siempre y cuando pudiera ser un hábil gateador, ya que si no cumplía con esta condición era suplantado por un enano de pies y manos amputadas que avanzaba sobre una plancha de laja acondicionada para rodar adecuadamente sobre dos metates.


3) Existe una confusión entre los estudiosos, porque mientras unos afirman que pueden ser danzantes, extraterrestres o seres deformes, otros, entre ellos Cerrito, afirma vehementemente que son retratos casi precisos de los guarapetas en sus momentos de gozo.


4) El promedio de vida de un guarapeta oscilaba entre los 90 y 100 años de edad, así que al cumplir con el mandato, llegaban al final de su vida con la mayoría de sus dedos amputados.
5) La Donají es el símbolo actual del Municipio de Oaxaca de Juárez. JLV

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante, voy a buscar más información antes de hacer un comentario más a fondo sobre tu posteo, la antropología me atrae demasiado como para estudiarla.

Saludos

JLV dijo...

Tienes razón. La antroplogía es interesante, revela secretos interesantes.
Saludos D.