lunes, 1 de septiembre de 2008

El tapete azul o Mambrú se fue a la guerra


Mambrú retornó de la guerra más viejo y cansado y, tal vez, por qué no decirlo, casi translúcido. En sus ojos se veían humaredas, soldados cubiertos de lodo y sangre, animales putrefactos, quejidos, dolor y más dolor.
Cuando llegó a su barrio vio caras nuevas y casas diferentes. No encontró a viejos conocidos y sí empujones, prisas y desdén.
Más por instinto que por memorioso llegó a las puertas de su amada casa. Es cierto que era muy temprano y, si las cosas no habían cambiado, entonces las llaves de la puerta estarían debajo del tapete azul que decía "WELCOME".
Ahí estaban.
Subió por la escalera con el mayor sigilo. No quería despertar a Mambrina. Cómo estaría ella. Tal vez ya tuviera un rictus de tristeza pero con los ojos cuajados de esperanza. Más robusta, indudablemente, pero hermosa y jovial como la describía a sus compañeros de armas en las trincheras; sobre todo en los momentos antes de los ataques del enemigo, para limar el temor. Todos ellos conocían la historia del tapetito azul...
Abrió la puerta de la recámara y se quedó de una pieza. Ahí estaba su mujer, en medio de dos milicianos amarillentos y esqueléticos que roncaban terriblemente y que, si pudiera decirse, eran decididamente sus sosías, porque siempre los que regresan de la batalla parecen uno y el mismo.
Todos desnudos, como salchichas dentro de una sartén, pero con un gesto de apacible serenidad.
Mambrú tuvo el impulso de tomar su rifle y dispararles hasta vaciar la carga, pero no lo hizo. Quiso gritar improperios, lanzar maldiciones y azotar muebles contra las paredes, tampoco lo llevó al cabo. Observó al trío misérrimo durante unos segundos que se hicieron más largos que la batalla de Chinfusilá. Después salió.
Mientras bajaba la escalera, con más sigilo que antes, percibió cómo su corazón danzaba desaforadamente lastimando su costillar. Hizo un alto obligado para controlar los latidos cardiacos y evitar así que la tríada durmiente despertara.
Luego siguió descendiendo, como si se encaminara directo al paredón.
Cuando estuvo afuera de la casa colocó las llaves nuevamente bajo el tapete azul que decía "WELCOME" y pensó que el amor que ella le tuvo debió de ser tan grande que requirió de un doble surtidor de pasión y caricias para apaciguar la nostalgia. Tal vez sintió que era mejor tenerlo dos veces para aminorar las ojeras que deja el deseo instisfecho en una casa sola.
Tal vez, quién sabe.
Mambrú se alejó por donde vino. No odiaba a Mambrina porque él jamás escribió para contarle de sus penares en las batallas. Nunca quiso enterarla de las bajezas del hombre, ni de cómo quedaban los muertos mirando el cielo.
Mambrú retornaría al combate. Se daría de alta nuevamente en el puesto militar más próximo.
Si hubiera volteado para ver por última vez su casa, cosa improbable porque sabía que había perdido todo, habría visto que el sargento Gaxiola doblaba sobre la esquina opuesta y muy animoso enfilaba, inequívocamente, hacia el tapete azul. JLV

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca mires hacia atrás, o de lo que veas te arrepentirás.

Muy Bueno.

Saludos

JLV dijo...

Ya lo decía Loth.
Gracias por leer, camarada Dragón.