sábado, 6 de septiembre de 2008

El padre McLuhan


Mientras observo la punta raspada de mis zapatos, pienso que la iglesia de McDermoth, con su pequeña torre y techado rojizo, no sería igual sin el padre McLuhan.

Alto, muy alto, tal vez más que mi propio padre. Serio, muy serio, tal vez más que mi propia madre. Todos lo queremos porque nos acostumbramos a verlo en su caminatas matutinas, pasa frente a nuestras ventanas como un enorme cuervo.

En cada callejuela se detiene para saludar a los vecinos. Es amable y muy ceremonioso. Si ve a una mujer se quita el sombrero y ejecuta una pequeña reverencia. A los hombres les estrecha la mano fuertemente. Con los niños la sonrisas nunca faltan.

Mucha gente comenta que los sermones del padre McLuhan son certeros. Aseguran que tiene la parsimonia de un banquero, pero mientras habla podemos ver claramente lo que dice porque tiene la habilidad de trasladarnos a los escenarios con precisión.

Recuerdo cuando nos habló de los niños africanos, fue tan vívida su narración que pudimos limpiar los lagrimones que brotaban de los grandes ojos negros que miraban los nuestros.

También fue memorable la ocasión en que nos platicó de cómo los nativos de la selva brasileña vivían en pecado mortal porque mostraban sus vergüenzas, sin el menor recato, mientras comerciaban con piratas irlandeses. Vimos la imagen, pero la borramos rápidamente de nuestra mente.

No sé qué haríamos en el barrio sin el padre McLuhan. A veces, cuando tiene escasas tareas por realizar, participa como árbitro de nuestros partidos de futbol. Castiga con severidad la menor falta, eso hace que nuestros encuentros deportivos se jueguen con gusto y respeto.

Gracias a él hemos crecido en el temor de Dios, amamos nuestras raíces, veneramos a los héroes y respetamos a nustros padres. En la escuela el nombre del padre McLuhan es sinónimo de respeto y dedicación. La mayoría de mis amigos están por cumplir los quince años, sólo Fat McBride y yo los cumplimos el mes pasado.

Aunque me siento complacido porque el padre McLuhan nos ha mandado llamar para platicar con nosotros, no sé... siento algo extraño. Quisiera irme pero no debo hacerlo. El padre McLuhan es una autoridad en el barrio. No quiero imaginar lo que se hablaría de mí en la comunidad si supieran que tuve la desfachatez de dejarle plantado.

El mensaje que da a los quinceañeros debe ser muy importante porque lo hace en privado, pero siento que las palabras que emplea deben ser muy fuertes, sólo así me explico los gemidos sofocados de McBride que escapan por debajo de la puerta...

...y sólo atino a frotar la punta raspada de mis viejos zapatos sobre este pantalón de mezclilla que mi hermano me presta para las grandes ocasiones. JLV

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