lunes, 8 de octubre de 2007

La balbélida


En momentos aciagos ten cuidado, la balbélida acecha. Durante el día es placer de la bestia olfatear al incauto detrás de las palabras, por la noche entierra el aguijón y, mientras huye, su corazón deja caer gorgojos. Es animal hermoso, pero grotesco. Tiene labios carnosos, mas su aliento de Gorgona diluye los deseos.

La existencia del monstruo es irrefutable. Pueden hallarse datos de su existencia en los últimos folios del "Manual de Insidias y Mitos de la Hieroscopía", perteneciente a los descendientes de Cayo Protervo (agorero romano y pederasta crónico).

Según Protervo, por sus venas fluyen rencor, sarcasmo y mentira. Se sabe, dice, de una cofradía que guarda ese líquido vital dentro de cubos de ónix y que, en la sicigia, los sectarios destapan esos recipientes para que su esencia emponzoñe los días.

Solas o acompañadas ensucian las mañanas con ratas de desagüe, rasgan atardeceres y siembran tempestades. En ocasiones gustan de crear incendios sobre las llanuras del Indostán y provocan naufragios en las gélidas aguas del Mar Muerto. Ubicuas, arrojan sus recuerdos en charcos malolientes y practican tenaces su gorgor. Ahí tartajean con ritmo de escorpión sus jornadas de infamia. El roce de uno solo de sus cabellos puede resquebrajar la relación amorosa mejor edificada.

Ríen a solas y hurtan niños. Inventan amoríos con navegantes y calman la sarna que les carcome con amistades pasajeras. Duermen con los ojos abiertos y mueren cada vez que alguien sonríe. JLV


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