
Si no fuera por el olor a fritanga que despiden sus cabellos, hubiera pensado que los brazos de la hamburguesera era enormes atunes.
Tiene las carnes agüadas, un barriga fofa e imagino que muchas lombrices avanzan bajo su piel, pero son sólo várices. Detesto coger en la oscuridad.
Quiero verla sobre mí, con sus pechos flácidos persignando mi frente o admirar sus enormes nalgas danzando para mis ojos.
No importa, me conformo con morder su rostro de carne molida, acariciar sus vellos axilares que huelen a perejil. Esta oscuridad me incomoda, es tan reducido el espacio y muy duro este suelo.
Espero que nunca llegue su marido. Detestaría salir huyendo de esta caseta con los pantalones en la mano y la gente riendo de mis nalgas más blancas que la luna. JLV
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