martes, 30 de octubre de 2007

Hospital-Volcanes


Los camiones son bestias fatigadas que suben la cuesta de Crespo; resoplan, lanzan humo. Una mano entrega un rectángulo de papel de china; la otra, monedas. Elijo sentarme en la parte trasera del camión.

Veo marionetas que penden del techo. Las casas quedan atrás con sus costras de adobe y la piel grafitteada.

Las palmeras limpian reflejos en los cristales.

El conductor se mira en el espejo; observa rápido a quienes van a sus espaldas. En su córnea la ira es iris.

Jinete errático, avanza y frena como si fuera a montapelo de la Bestia. Van y vienen los hombres; las mujeres son frutos a puntos de caer. La bestia de metal arremete contra viento y marea; se detiene, implacable, y retoma su loca carrera.

Suben a bordo una pareja de payasos, con el hijo en brazos. Inician una triste rutina; sus chistes son aves malheridas que se desploman antes de tomar vuelo. Los pasajeros bostezan con sus ojos en blanco.

Se acercan, susurran, piden...

Rostros de piedra, murmullos indolentes, fuetazos en la cara del payasito. Torpes avanzan, salmones contra la corriente; pierden el equilibrio, el suelo besa sus disfraces...

Todos reímos. Las máscaras gesticulan desde el piso del camión. Rojo es el color de su vergüenza. Nadie les ayuda. Contorsionistas del hambre se incorporan lentamente.

La segunda piel se resquebraja, empieza a desmoronarse igual que un pan de sal. De sus ojos nace un riachuelo.

Una anciana extiende su brazo, en la punta de sus dedos tiembla una moneda de baja denominación. Ellos dan la espalda. Descienden...

El niño me sonríe. JLV

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