La mujer salió de su casa y fue directo a la ferretería por una cuerda gruesa. Retornó a su hogar y comenzó a escribir nueve recados póstumos.
Un mensajae para cada uno de sus seres queridos, incluyendo a su hija de dos meses y medio.
Mientras colgaba la cuerda de plástico amarillo en lo más alto de la ventana, la soledad seguía escurriendo por su cuerpo.
Luego subió a una silla, ató el extremo del cordel a su cuello, cerró los ojos y se dejó caer.
Los vecinos dirían después que a la hora del suicidio todos vieron salir por la ventana nueve gorriones amarillos, como escritos a mano, que se alejaron cada uno por su lado. JLV
No hay comentarios:
Publicar un comentario