—Anda, ve por mi “biblia”, ordenó el rubicundo arzobispo. No tardes porque debo memorizar un salmo.
—Voy, respondió el monaguillo invidente. Fue directo a la sacristía, movió un poco a San Expedito, enseguida palpó el ejemplar de "Los Demonios del Edén" y volvió a los aposentos del gordo que jugueteaba torpemente con su miembro sobre la inmensa cama. JLV
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