sábado, 30 de agosto de 2008

Zócalo-Alameda


Labios azules besan el kiosko.
Dos perros se estiran,
el amanecer dormita en su espinazo.
Escurre sangre de los periódicos,
un caudal de tinta repta por las calles.
Cadáveres germinan en camas de cartón.
Rostros en el reflejo del calzado
pirámides de nubes en la lejanía.
El sol bosteza la ciudad.
(Antes de su llegada no tenía dueño).
Los turistas beben laureles de la India
en el café de los Portales.
Tosen los dos ancianos blancos,
conversan desde sus arrugas,
el enfisema germina en su ojos acuosos.
Se rumora que Juárez, en el interior de la Catedral,
espera su turno en el confesionario
hierve su pecho en la angina.
Díaz prende los días
en la diáspora de sus condecoraciones
y el Ipiranga es un recuerdo errante.
Una banca verde besa mi espalda,
frente a mí una puerta bosteza
vidrios ahumados.
Observo las vides esculpidas,
los mensajes cifrados en la cantera,
ríe la sangre en la espalda del indio,
los ideogramas del látigo. JLV

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Poesía histórica!!

Eso ya casi no se ve...

Saludos

JLV dijo...

Bueno, y si Juárez no hubiera muerto, todavía viviría... Herodoto dixit.

Salutes